El Poder y el Valor de la Palabra
Cuentan la historia de que Gandhi estaba en un Auditorio hablando acerca del valor y la influencia de la palabra, cuando en un momento dado una persona que estaba entre el público se levantó y dijo en voz alta:
-¿Sabe qué le digo? Que lo que usted dice no tiene ningún valor... Es más, las palabras se las lleva el viento.
Gandhi escuchó atentamente y le dijo:
-¡Cállese, estúpido! Siéntese, idiota.
En ese momento en el Auditorio se hizo un gran silencio cargado de tensión. Empezó a haber murmullos. La persona aludida se empezó a poner nerviosa y de repente saltó, la insultó y le dijo de todo. Cuando más enfadada estaba, Gandhi alzó la voz para decirle:
-¡Perdóneme, señor! Le he ofendido y le pido disculpas. La diferencia de opiniones no debe servir para pelear, sino para mirar desde otras opciones. Entonces el señor se tranquilizó y le dijo:
-Yo también rectifico, he sido atrevido por mi parte y también le pido disculpas.
Gandhi se lo quedó mirando y con una sonrisa le dijo:
-Disculpe que haya sido de una manera tan elocuente, pero así hemos podido demostrar el poder de la palabra. Con unas pocas palabras lo exalté, y con unas pocas palabras lo tranquilizo.
Sabemos que las palabras que usamos para expresarnos están conectadas a recuerdos, a emociones, a ideas y pensamientos. Sabemos también que las palabras conforman un lenguaje desde el que nos expresamos, nos comunicamos y también procesamos información generando un mundo mental que a través de la palabra se hace consciente. Es decir, uno se hace realmente consciente cuando logra pronunciar, expresar en palabras aquello que internamente ha elaborado. Por tanto, la palabra nos hace conscientes de nuestro mundo interno, y al mismo tiempo crea, genera y también modifica, tanto la forma en que nos vemos y nos percibimos, como la forma en que vemos y percibimos el mundo.
Por otro lado, en nuestro inconsciente reside lo innombrable, lo que no se puede nombrar, lo olvidado, lo perdido, lo caótico, lo oculto, hasta que llega la luz de la consciencia para ordenar, nombrar y desvelar. En el espacio terapéutico abordamos aquello que se dice conscientemente, y aquello que está en la sombra, en el inconsciente, muchas veces caótico y desordenado, gobernando el discurso. De modo que en terapia es fundamental la escucha de la palabra para el buen desarrollo del proceso terapéutico; escuchar lo que se dice, con la carga emocional que puede haber detrás y los gestos con que se dice para desentrañar el lugar desde donde la persona piensa, siente y vive aquello que nombra. Así por ejemplo, cuando la persona dice que algo es imposible de conseguir, la persona está hablando de las limitaciones que lleva consigo y del lugar desde donde afronta sus retos, la realidad desde donde vive. Desde esa realidad limitada es evidente que será imposible. Se necesitará establecer nuevos registros con la compañía y apoyo que no tuvo, para ir más allá de esas limitaciones, si es que la persona quiere ir más allá de esas limitaciones.
Las palabras que nos dirigieron en la infancia y en la adolescencia es evidente que nos influyeron significativamente. Si te dijeron por activa y por pasiva "no corras, que te vas a caer", sin saberlo estaban ordenando que si corrías, te ibas a caer. Si te dijeron que eras tonto, inútil, etcétera, pues imagínate las huellas que estaban dejando esas palabras. Es así como desde nuestra biografía las palabras generan un discurso interno, una concepción de uno mismo y de la vida, que a posteriori puede transformarse, pero de inicio partimos de ahí. De modo que a través de la palabra podemos maldecir, o podemos bendecir (bien decir), podemos generar orden o podemos generar caos y confusión, podemos clarificar o podemos confundir, tanto hacia fuera en nuestro entorno inmediato, como hacia dentro en nuestro fuero interno.
Así podemos decir que las palabras son semillas que inconscientemente sembramos. Estamos hechos de palabras, que en función del uso que hacemos de ellas, generan lo que deseamos haciendo crecer aquello que queremos, o generan lo que no deseamos a pesar de poner las mejores intenciones. Por eso es tan importante aprender a escucharte, aprender a discernir quién habla en ti cuando estás hablando, discernir si eres tú o es otro, discernir qué dices realmente en aquello que dices, y discernir desde qué lugar hablas.
Todo esto es evidente que no se aprende ni en un taller de fin de semana ni en cuatro sesiones de terapia, todo esto se aprende comprometiéndote contigo mismo y dejándote acompañar por alguien que haya aprendido ese recorrido y lo lleve incorporado. Que las palabras se las lleva el viento, como decía el interlocutor de Gandhi, habla de quien no tiene palabra, de quien no hace lo que dice, a quien se le suele confundir la realidad, tanto por falta de ética como por falta de claridad interior.