Qué es la Atención (1ª parte)
En un mundo cada vez más sobrecargado de información, de notificaciones y de estímulos, la atención como capacidad cognitiva está en crisis colectiva. Sin apenas darnos cuenta, estamos sustituyendo la verdadera conexión con nosotros mismos y con nuestros semejantes, por la "conexión" con aparatos que nos aceleran, nos adiccionan, nos enajenan y nos dejan en estado de permanente insatisfacción. La invasión tecnológica ya se ha colado entre nosotros y ya convive entre nosotros con toda normalidad. Y esto solo es el principio.
Cuando se dice "prestar atención" es porque la atención se pide de prestado. Tú me prestas atención, no me la das, la atención es tuya, forma parte de tu conciencia. Pero me la prestas, me la dejas un rato porque la pones en mí. En este instante, sin que seas consciente hasta ahora que te lo digo, me estás prestando atención. Pero luego esa atención regresa a ti para que a través de tus procesos instintivos, cognitivos y emocionales evalúes internamente si aquello que estás atendiendo encaja o no con tus filtros internos. De modo que la atención vuelve a ti y está en ti la mayor parte del tiempo, sobre todo si estás conectado a ti mismo.
En todo momento la atención está activa y ocupada en algún lugar, la mayoría del tiempo inconscientemente a través de la mirada y de la escucha cuando la atención está dirigida hacia afuera, y a través de los procesos cognitivo-emocionales y sensoperceptivos cuando la atención está en nosotros mismos. Entre ese afuera y ese adentro nos pasamos el día dirigiendo nuestra atención hacia aquello o aquellos que despiertan nuestro interés. Ahí se concentra la atención, se focaliza y es captada por el objeto que es foco de atención. Es así cómo nuestra realidad girará en torno a aquello a lo que prestamos nuestra atención. Para bien y para mal.
Asimismo, en todo aquello que ponemos nuestra atención, ponemos también una intención. La teoría cuántica sostiene que el observador de un hecho influye en la manera en que ese hecho es percibido. Se conoce como la paradoja del observador cuando el fenómeno observado se ve influenciado por la presencia del propio observador. Esto quiere decir que desde la intención que ponemos en aquello que prestamos atención, podemos modificar a nuestro gusto aquello que estamos observando. De modo que cada uno altera su realidad para ver aquello que quiere ver, y lo que no quiere ver, pues sencillamente no lo ve.
Por tanto, la atención implica una inversión de tiempo y energía que realizamos en interacción con personas y cosas. La atención se enfoca en lo que en el momento la persona considera prioritario. Ahí invierto mi energía y mi intención, y a partir de ahí, aquello o aquel a quien presto mi atención, si es aceptado e incluido en mí, crece y se desarrolla. Sin atención, entre otras muchas cuestiones, no nos podríamos relacionar, no tendríamos la capacidad de aprender nada ni tendríamos capacidad de ordenar, hacer crecer y estructurar nada en nuestras vidas.
Fíjate, por ejemplo, cómo se las ingenian las llamadas redes sociales en particular, y las empresas en general, a través de la publicidad y el marketing, para capturar tu atención y mantenerte enganchado, adicto, a un consumo sin sentido. Incluso tienen departamentos para, según se ha sabido gracias a extrabajadores, realizar diseños que secuestran tu atención diaria y tratan de hacerte adicto al producto que ofrecen a través de la segregación de dopamina que provocan en tu cerebro y en tu cuerpo. Además de la manipulación que ejercen sobre las masas para polarizar y enfrentar posiciones, y de esta manera absorber más atención. Te recomiendo que veas el documental El dilema de las redes sociales, que hasta hace poco se encontraba en Netflix.
Desde el desarrollo humano, la atención que se nos presta cuando somos bebés y niños sobre todo, es fundamental para desarrollarnos y crecer. Además necesitamos mucha atención para crecer, no solo a duras penas, sino en condiciones: necesitamos una atención de calidad, pero también de cantidad. Mientras más pequeños somos, más atención de calidad necesitamos. Además, la atención debiera estar libre de prejuicio para que no se observe en la criatura cuestiones que le volcamos y que no le pertocan. Recuerda lo que te dije hace un momento en cuanto a que el observador modifica lo observado y ve lo que quiere ver, es decir, lo que lleva dentro.
Dadas las condiciones socioeconómicas en que vivimos, y dada también la tendencia a cuestionarse poca cosa o nada acerca de cómo fuimos criados a ese nivel, lo cierto es que los bebés, niños y niñas de nuestra sociedad crecen en medio de importantes lagunas de atención, que como adultos conllevan unas consecuencias, sobre todo a nivel de salud mental, emocional y corporal. De todo ello hablo en la 1ª parte del libro "El corazón de la sexualidad" que publiqué en 2019, antes del Cristo. Desde esas lagunas de atención en las que crecemos, y en función del grado, tanto el niño como el adulto tratarán de llamar la atención de muchas y variadas maneras, ya sea realizando actividades y adoptando conductas en que, o bien se perjudican a sí mismos sobreexigiéndose para llamar esa atención, por ejemplo, o conductas en que complacen las necesidades ajenas para salir beneficiados de esa atención, aunque así se enajenen de sí mismos... o bien pueden perjudicar a su entorno compitiendo para sobresalir y obtener algo en medio de tanta carencia pasando por encima de quien haga falta; una competencia que puede ser feroz y excluyente, incluso dentro de las propias familias. No hay más que ver los cuadros familiares que proliferan en nuestra sociedad.
Por otro lado, estas lagunas de desatención también pueden tener el efecto contrario a querer llamar la atención, que sería el hecho de desatenderse y pasar desapercibidos, asumiendo que ellos y sus cosas no son tan importantes, de modo que lo de los otros es más importante que lo mío, y yo me quedo en un segundo plano. Desde ahí se desatienden, no se sienten merecedores, se conforman con lo mínimo, porque quizá les han hecho sentir egoístas por reclamar la atención a la que tienen derecho. Eso es lo que han asumido, no por genética ni por casualidad ni por mala suerte, sino en función de cómo ha sido tratada su necesidad de ser atendido. Esa misma desatención infantil será trasladada de forma similar a las relaciones que se establezcan en la realidad adulta.